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domingo, 6 de noviembre de 2011

Un poema - Francisco Febres Cordero

Un poema

Fui a ver otra cosa, y me encontré con un poema.

Un poema a la vida. Un poema al amor. Un poema generado desde el dolor más doloroso. Desde la ausencia. Desde el absurdo. Desde la muerte.

Ella es joven y, por eso mismo, doblemente valiente: trata, desde su juventud, de entender lo inentendible. De explicar lo inexplicable.

Y lo que logra, generosa, dulcemente es, desde los albores de su madurez, asumir una tarea impostergable: hurgar en el pasado para, desde allí, amar de otra manera.

Amar a sus dos hermanos muertos, a quienes poco conoció, con quienes vivió un corto lapso, apenas el suficiente para saber que los quería y que ellos le querían, para saber que eran dos chicos buenos que, en el frenesí de su adolescencia, llevaban la ilusión dibujada en la sonrisa, la esperanza impresa en la mirada.

Amar a sus padres, enloquecidos de dolor, de rabia, de impotencia. Enloquecidos de amor.

Amar a las personas que estuvieron con ella y la protegieron y la cuidaron y la quisieron sin otro interés que hacer que su vida niña fuera más llevadera.

Hasta que ahora ella, a través de una película, reconstruye su propia historia y con eso nos da una nueva lección, como la que nos entregaron sus padres quienes, día a día, mes a mes, nos hablaron desde el silencio, nos gritaron toda su valentía con sus gestos, con sus acciones de dignidad, con su lucha inclaudicable.

Ella ahora nos ofrenda sus más recónditos secretos, sin artificios ni grandilocuencias: desde la cotidianidad de una fiesta infantil, desde su primera comunión, desde su aprendizaje de ballet, desde su fotografía con uniforme escolar, desde las caricias y las morisquetas.

Y lo hace desde la sensibilidad, desde la honestidad. Desde la alegría. Desde el llanto.

Y eso nos estremece porque lo que vemos en el documental que ella nos presenta, nos hace sentir que nosotros también somos miembros de su familia, y que son nuestros hermanos sus hermanos, y nuestro el amor de sus padres, y nuestras sus desesperanzas, y nuestra su incansable e indomable lucha.

La niña que fue no supo en su exacta dimensión la tragedia que se cernía a su alrededor y la joven que es ahora busca una explicación: ¿por qué desaparecieron sus hermanos, por qué los torturaron, por qué los mataron, por qué nunca aparecieron sus cuerpos? Y, poco a poco, va deambulando por los más recónditos meandros de su memoria hasta develar, hasta destapar los horrores que envolvieron a una época oscura, tenebrosa, en que se estableció la represión como política de Estado y en la que, bajo la consigna de acabar con el terrorismo en ciernes, todo era permitido para los guardianes del orden. Y entonces uno, atónito, se enfrenta al poder en toda su siniestra dimensión: el feroz autoritarismo y la ceguera, la cárcel, la tortura, la muerte.

Dos muertos ¿qué más da?, parece ser la respuesta que surge desde las alturas del poder, desde el cinismo, desde la complicidad, desde la mentira.

Pero ahí emerge la poesía de María Fernanda Restrepo para hablar desde su voz enternecida, desde su alma, desde su corazón que late en Yambo.

Y desde allí nos enseña, nos va enseñando, hasta qué limites puede llegar la ternura de un beso, el calor de una caricia, el dulzor de una mirada.

Y por eso, aunque ella nos coloca frente a frente con la muerte, salimos estremecidos de vida, transidos de solidaridad, tiritando de amor.

Tiritando de amor.

domingo 06 de noviembre del 2011 Columnistas

Francisco Febres Cordero

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