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domingo, 6 de noviembre de 2011

Edicto real: El mortero

Los simpáticos juristas de la involución con ciudadana han propuesto unas reformas al Código Penal que dan ganas de reírse. Aunque precisamente lo que quieren es penar y sancionar ese derecho. Usea el de burlarse de vuestras altísimas autoridades inconstitucionales.

Este proyecto exige ilimitado respeto a las autoridades autoritarias, debido a que su honor es sagrado, sus rostros y manos intocables, sus guargüeros tragacheques inviolables y sus lenguas de fuete infalibles.

Dichos proyectos de artículos penales, en consecuencia, conducirán mejor a callarse o a expresar solo alabanzas a las autoridades reconstituidas.

Y cuidado se diga algo que vaya en “descrédito”, “deshonra” o “menosprecio” de alguna autoridad estatal, pues ello será interpretado como malévola insinuación de algún vicio o falta de moralidad que perjudique la fama –o mala fama, tan-, el crédito (seguramente en el Banco del Pacífico) o el interés del agraviado, porque terminarán en la cárcel los autores, tutores, cómplices y repetidores de tales infundios. ¡U sea que quedan prohibidos los cachos (que ya están limitados en las plazas de toros), las caricaturas y los grafitos inspirados en nuestros reyes y señores del siglo XXI.

Según dicho proyecto, terminarán en las mazmorras los que recurrieran a expresiones “tenidas en concepto público como afrentosas”, u sea tomaduras de pelo (sobre todo cuando escasean los cabellos reales), vaciladas rosadas, burlas u bromas de doble resentido, que se refieran a vuestros augustos y angulosos gobernantes. Tonces, nuestras angelicales y pendrecastas autoridades pasarán de inservibles a intocables a la historieta cómica.

Y cuando estemos silenciados vendrá la avalancha de la publicidad, a fin de conducirnos a la adoración idolátrica de los jefes, que al final logrará algo parecido –pero moderno- a estos viejos y divertidos ejemplos. Un periódico oficial de Moscú escribía esta cosa: “Qué felicidad vivir en la era de Stalin, bajo el sol de la Constitución de Stalin”.

En Berlín, en pleno nazismo, un decálogo de los trabajadores empezaba así: “Cada mañana saludamos al Fuhrer y cada noche le rendimos gracias por haber infundido en nosotros, oficialmente, su voluntad vital”. Como decía Borges:

‘Eso ya no era adulación sino magia’. ¡Y puede dar en las mejores familias!, como dijo el morterista chispo.

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