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miércoles, 23 de febrero de 2011

Madre antes de tiempo



 Por: Marissa Sánchez

La puerta tenía un candado y una cartulina con letra chueca que decía "Estamos En Paro", me dirigí entonces al edificio central. Un montón de mujeres cansadas y niños con los mocos colgando esperaba en la recepción una cama libre, otras supongo que el turno para ver a sus familiares ingresadas en la maternidad.

El hedor a ropa sucia no es precisamente el que se debe oler en un lugar esterilizado, pero la nariz se acostumbra rápido, a veces el alma también, a esas cosas que no huelen como debería ser.
Ayer empezó el paro y para hoy ya se había descalabrado toda la organización, a pesar de la cita confirmada nadie nos esperaba, de todas formas una doctora sin muchas ganas al principio se resignó a acompañarnos. Entramos en la sala E, que cuando hay sobre demanda en la casa de atención a las niñas embarazadas o como ahora que está cerrada por el paro, recibe a estas madres adolescentes, aunque como aquí las camas son un lujo cuando hay una libre ponen a quien esté en la fila sin importar la edad.

Habían dado a luz hace dos o tres días y tenían los senos y vientre visiblemente hinchados, era la hora de visitas y en el lugar no reinaba esa alegría que algunos pensamos debería traer la maternidad. Dos chicas estaban con sus madres, una con los suegros, otra jovencita de diecisiete años con el esposo y las otras tres solas. Y me refiero al sentido más triste y profundo de la soledad. Solas. Me acerqué a una de ellas, una hermosa mujer, con ojos negros y profundos y en el semblante la seriedad de los que han vivido mucho. Como única compañía tenía a su bebé, o lo que se veía de él, una cabecita no más grande que una naranja, cubierta por un gorro y un pompón amarillo, lo tenía bajo su brazo como las aves hacen con sus polluelos para darles calor. Miraba a su tierna criatura, como si quisiera descubrir en él, el complejo resultado de un problema de álgebra. Qué lindo bebito, cuando nació Hace dos días. Cómo lo vas a llamar No sé ¿Tienes alguien quien te cuide? Mi mamá tal vez venga Cuantos años tienes Catorce.

Dios, me flaquearon las piernas. Quería abrazarla, protegerla, era una bebota, no una mujer, tal vez lo que vivió en estos nueve meses fue lo que endureció su mirada. Dejó los estudios, probablemente la expulsaron del colegio, porque hay quienes aun están convencidos de que las mentiras son un mejor ejemplo para los jóvenes que la realidad. Ella sabe que el mañana no va a ser mejor de lo que está viviendo ahora. Es una niña jugando a ser madre, ¿pero que va a pasar cuando se de cuenta de que ese hijo es real? En la mayoría de los casos nos contaba la doctora, esa emoción del principio de la maternidad se convierte en estas madres precoces en frustración que descargan a golpes e insultos contra sus pequeños hijos. ¿Qué pasó con los amores y desamores, los bailes, cambiar de ropa con las amigas, recortar las fotos de los cantantes, pelear con mamá por tonterías, la universidad, el vestido de novia…? ¿Qué pasó con la vida?. Sí, claro, podría volver a empezar, pero seamos realistas.

No es la menor que hemos atendido. Tuvimos dos niñas de once años, embarazadas, me decía la doctora. Yo recordaba mi muñeca del alma, Los Titanes en el Ring, los lápices de Snoopy, esa complicada vida que uno debería tener a los once años. No quiero preguntarle y finalmente le pregunto ¿fueron violadas?. Sí, bueno, una de ellas sí. La otra no, porque fue con su consentimiento. Tenía una relación amorosa con su padrastro y se quedó embarazada, claro que con once años cómo puede saber si es una niña. Que ganas de dejar mi vida y como una madre Teresa de Calcuta salir a recoger a estos niños, sentarlos en mi regazo y contarles lo hermosa que es la vida aunque no lo puedan creer.

Aunque la adolescencia no tiene una edad determinada, - en nuestro país por ejemplo se considera como tal hasta los dieciocho años- a los veinte siguen siendo niñas. Al menos esta es la edad que la OMS quisiera establecer en el mundo como la mínima para dar a luz. No a los once ni a los catorce, ni siquiera a los dieciocho.

Otro doctor toma la posta en el recorrido y lo que cuenta no es menos impresionante. Vienen jovencitas que se han practicado un aborto "con unos que no son médicos ni nada, no te imaginas lo que he visto, intestinos destrozados, succionados, fetos metidos entre las tripas, infecciones, hemorragias. Utilizan instrumental sin esterilizar, no sabemos que les meten para hacerlas abortar". Lo más desconcertante es que quienes las dejan embarazadas y contagian de enfermedades de transmisión sexual no son sus compañeritos de colegio, sino hombres adultos y experimentados.
¿Qué podemos hacer? En los casos de violación muy poco. Para el resto de adolescentes el ideal sabemos que sería la abstinencia, pero con los tiempos que corren sería como tapar el sol con un dedo. Lo que nos queda es la Educación. La teoría de que la educación sexual a una edad temprana es incitativa a la precocidad sexual quedó obsoleta y así lo demuestra el estudio de la Asociación de Planificación Familiar de Naciones Unidas (UNFPA) sobre la excepcionalidad de Holanda en comparación con el resto del mundo, con solo cuatro embarazos por cada mil niñas adolescentes.

¿Cómo lo consiguieron? "Los expertos coinciden en el diagnóstico: el clima abierto y laico de la educación sexual a partir de los 11 años y también las facilidades de los menores para acceder a cualquier método anticonceptivo." (El País, 23 Abril- 2000) Los holandeses, dice el mismo artículo, se estrenan a los quince años y de ellos el 85% utilizó preservativo, píldora o la combinación de ambos métodos.

En el Ecuador según los datos proporcionados por APROFE (Asociación Pro bienestar de la Familia Ecuatoriana) las adolescentes inician su vida sexual a los catorce años y de ellas el 7% tuvo la precaución de utilizar algún método anticonceptivo.

Los embarazos en adolescentes, que no siempre terminan en alumbramiento, son una realidad que no respeta estratos sociales ni económicos. A quienes nos olvidábamos de mencionar es a todos esos padres y madres, que nunca hablaron a sus hijos de sexualidad porque nunca pensaron tampoco que sus tiernos "bebés" puedan hacerlos abuelos tan pronto.

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