En la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) se expusieron ampliamente las denuncias sobre la situación de la libertad de expresión en nuestro país. El tema fue eficaz, serena y certeramente expuesto por un grupo de peticionarios en representación del periodismo nacional. Sus argumentos fueron adecuadamente ilustrados y sus reclamos apegados a la fuerza de la razón y a las normas del derecho internacional.
En contraste, pocas veces se ha visto en un foro internacional a una representación estatal ,de tan alto nivel, sostener un discurso tan falto de argumentos, extemporáneo y plagado de vaciedades. Tienen razón los que consideran que, por ejemplo, la intervención de nuestro Canciller, además de carecer de un lenguaje apropiado y de altura, semejaba una rendición de cuentas doméstica.
Para colmo, se dice que el Gobierno no ve con buenos ojos la visita al país de un relator de la Comisión. ¿Prepotencia, soberbia o torpeza en el manejo de los asuntos de Estado? Quizás estas tres tragedias mezcladas. El camino por recorrer es largo y la batalla mayor de los peticionarios les espera en casa, dado el talante de sus adversarios.
Los peticionarios dieron un ejemplo de madurez y de apego a los hechos, que en la delegación estatal ecuatoriana brilló por su ausencia. El Estado ecuatoriano, en definitiva, fue el gran perdedor, pues quienes han seguido de cerca o de lejos la historia de nuestra diplomacia echaron de menos a las virtudes que en foros internacionales más de una vez supo exhibir e imponer.
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