Viernes, 22 de Abril de 2011
Hoy el mundo cristiano conmemora la muerte del hijo de un humilde carpintero de una aldea de Palestina hace más de dos mil años. Una muerte en la cruz, que en tiempos de la ocupación romana de ese territorio y para el pueblo que allí habitaba, era la más abominable posible. Se llamaba Jesús, el Cristo, el Mesías que los suyos esperaban desde hacía mucho tiempo.
En efecto, ese pueblo considera que Jesucristo murió en la cruz en su día, para la salvación del pecado de la Humanidad. Cumplía, según sus palabras, con la voluntad de Dios, a quien llamaba, con reverencia y limpio amor, “mi padre”. En el proceso que lo llevó a ese fin tan cruento padeció como los mortales en tales trances. Fue torturado, humillado, vejado y golpeado.
Hoy la familia cristiana se reúne con reverencia en homenaje al sacrificio de Jesús. Es tiempo de reflexión y de afirmar convicciones, de poner el amor por encima de la violencia de todo tipo. Son estos días de reflexión y de afirmación del mayor de los mandamientos que nos dejó el Nazareno: “También han oído que se dijo: ‘Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo.’ Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, y oren por quienes los persiguen”.
La mayoría del pueblo que una semana antes lo había aclamado, esta vez participó de la burla y el escarnio. Una actitud que en la historia posterior se repite sin pausas. El poder de entonces, como el poder que hoy padecemos en no pocos lugares del planeta, no solo exige sometimiento, sino el aplauso a las atrocidades que comete. Pero Jesucristo, con su conducta y sacrificio, los venció a todos.
Diario LA HORA |
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