Miércoles, 27 de abril de 2011
Admitir que los demás, sin que sean precisamente nuestros enemigos y aun siéndolo, tienen derecho a expresar sus opiniones, pensamientos y participar en la vida pública, no es una asignatura en la que a lo largo de la historia hayamos obtenido los ecuatorianos buena nota. Casi siempre hemos tenido gobernantes que han sometido a no pocos de sus conciudadanos una amenaza contra el orden establecido.
Hemos tenido, incluso, violentos regímenes intolerantes de distinto signo ideológico. Nombrarlos sobra, aunque gran parte de lo que vivimos hoy a ellos se lo debemos. En los últimos cuatro años el respeto y consideración hacia las opiniones o prácticas de los demás, especialmente si son diferentes a las que sustenta el poder político, por desgracia han brillado por su ausencia.
Pocas veces quienes ostentan el poder se preocupan por entender al otro, aunque se hayan aprovechado de su voto y de su confianza. Casi nunca se le proporciona la oportunidad de expresarse sin temor. Se ha echado mano a la represión, al acoso por diferentes vías y a la marginación social y política sin contemplaciones. Infortunadamente, los ejemplos sobran.
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